Ayer nos dimos un garbeo de los buenos por la otra orilla del Río Grande. Cogimos el tren en Sevilla Este, a pesar de los lamentos e imprecaciones del Lagarto, nos bajamos en San Bernardo y transbordamos en el Metro para bajarnos en la Plaza de Cuba. Tiempo del trayecto, 24 minutos. Este es el resumen visual de lo que aconteció. Primera paradiña: La Blanca Paloma
En frente del lateral de la Iglesia de San Jacinto nos encontramos con este templo culinario trianero.
Variadas tapas caseras y elaboradas. Saboreamos un buen salmorejo con sus habíos, rosada a la plancha con salsa verde, mero con gulas y un arroz con corbina que estaba tremendo. Todo muy rico.
Después, y mientras las niñas hacían unas comprillas, nos encaminamos a Casa Diego, en la esquina de San Vicente de Paúl con Sta. Cecilia, a deleitarnos con sus tremendos caracoles afamados en el mundo entero.
Pero lo mejor estaba por llegar... Nada más entrar en el Al-Andalus supe que lo que iba a acontencer sería memorable: y lo fue.
Con una carta de tapas elaboradísimas sugerente y una buen catálogo de cervezas, todo estaba dispuesto para disfrutar de este gratísimo descubrimiento.
Empezamos con una ensalada griega con yogur.
Después unas tostas de salmón con guacamole.
Una tremenda morcilla de Burgos.
Un quiche de champiñones, ternera y mozarella extraordinario.
Todo estaba impresionante y habrá que volver para probar lo demás...
Tras un heladito en Mascarpone, nos aventuramos con unas copillas al final de la calle Castilla
Y de camino a casa, vía metro, parando en la Espumosa y recogiendo por el camino a nuestros amigos los gatos protagonistas del anuncio de Mixta y terminando para cenar en el argentino de debajo de casa...
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